Domingo de Pentecostés
Jn. 20, 19-23
Al anochecer de aquel
día, el primero de la semana, están los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y
los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús, repitió: “Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado así también os envío yo”. Y, dicho esto,
exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes
les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos”
Lo que se aclaró y definió en
Nicea y Constantinopla comenzó con la “Rouah” de la
Sagrada Escritura.
La “Rouah” es el Espíritu de
Dios, en valenciano sería el “Alé de Deu”, sin “Alé” te mueres, es el soplo
divino de aire que hace respirar, que da la vida o que la confiere
a lo que ya existe.
La Iglesia Primitiva cristianizó
fiestas precedentes. Pentecostés, era una fiesta
agrícola de agradecimiento, se celebraba cincuenta día
después de la siega, de la Pascua.
En Pentecostés lo que se celebra es que el grano ya está en el
granero, se celebra y agradece a Dios el
fruto del esfuerzo.
Jesús exhala su “Rouah” a unos discípulos
cobardes y miedosos, les da una nueva vida que procede
del Padre y les hace “apóstoles”.
Después de Pascua todo discípulo
acaba en apóstol o no fue autentico discípulo; el
Maestro no caló en él.
Nosotros celebramos en
Pentecostés que el grano está ya en el
granero, que el discípulo es ya apóstol, y que nace así una Iglesia que es apostólica.
“Como el Padre me ha enviado así también os envío yo”, Jesús, que es el que llama, es también
el que envía.
Ir o no ir eso dependerá de cada
cual -del “alé” de cada ú-,de que acoja o no a la “Rouah”,
al Espíritu Santo que se le dio.
Y ahora: “Como el Padre me ha enviado así también os envío yo”
Preguntémonos a qué los envió y luego
veremos si vamos o no.
¿A qué los envió?, para saberlo miremos por qué lo
mataron.
Dicen que por ir en contra del
derecho a la “propiedad privada”, que era, justamente, el principio
sacrosanto del Derecho Romano.
En esta misma línea, San Agustín y luego Sto. Tomás
afirmaron que la “propiedad privada” sólo se justifica si está puesta
al servicio del “bien común”.
Nuestro actual “Ritual de
Bautismos” pone una condición para ser
bautizado, o lo que es lo mismo: invita a
una renuncia, que dice:
“¿Renuncias al bien propio por encima del bien común?
Lo que sabes, eres, tienes y sientes
ha de estar al servicio del prójimo.
También dicen que Jesús murió
porque puso el poder al servicio del amor.
Quien pone todo su poder, cuanto
es y tiene, al servicio del amor perdona por necesidad, está
abocado al perdón, no tiene más remedio que perdonar, ni sabe, ni puede, ni quiere
hacer otra cosa más que perdonar.
Perdonar, “donar-per”, es dar a
fondo perdido, es dar a cambio de nada, es
saber-salir-perdiendo, es renunciar al derecho que
puedas tener, al que te avala.
Cuando vives así, perdonando, la paz te inunda, te invade…
“Paz a vosotros”
Todo esto no es posible sin estar
animado por la “Rouah”, el “Alé de Deu”, sin estar lleno y habitado por el
Espíritu de Dios, el Espíritu Santo
Pentecostés inaugura la vida
cristiana, nace así una comunidad de
creyentes, nace la Iglesia.
El
cometido del cristiano es tan grande que nos desborda, necesitamos una
asistencia, la del mismo Dios en nuestras vidas.
Ser llamado al seguimiento de
Jesús, a ser discípulo es una gracia; ser apóstol es la respuesta, el
regalo que Dios espera de nosotros, eso, sin la asistencia del
Espíritu Santo es muy difícil, es un imposible.
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